viernes, 11 de octubre de 2013

"EL ANGEL DE LA MUERTE"

Hacía quince años de la desaparición de la abuela sin que se hubiese vuelto a saber nada de ella, y ahora nos encontrábamos enterrando al abuelo, ¡qué solo debió de haberse sentido todos estos años! Lo visitábamos con frecuencia, pero la compañía que se prestaban uno al otro, no se podía sustituir.

A mi mente volvió el triste día en que el abuelo nos llamó desesperado, comunicándonos que la abuela había desaparecido. Vivían en un precioso pueblo turístico a solo cuarenta kilómetros de nosotros, rápidamente nos presentamos allí y lo encontramos completamente abatido y desolado. Yo solo tenía doce años, pero los suficientes como para percibir el tremendo dolor y la incertidumbre que sentía él.

Ella era una más de las varias desapariciones acaecidas en el pueblo en los últimos años, todas mujeres, algunas extranjeras y otras residentes. Había un supuesto asesino por la zona, pero no actuaba de una manera regular, permaneciendo aletargado durante largos períodos de tiempo. Nunca encontraron nada, ni cadáveres ni prueba alguna, con lo cual jamás crearon un perfil.

Pasados unos meses nos decidimos ir a poner en orden la casa de los abuelos con intención de venderla, así que aprovechamos un fin de semana largo para organizarlo todo y dejarla lista. Tiramos lo que consideramos que ya no servía, y cosas de valor las embalamos para llevarlas a nuestra casa. Nos sorprendió ver en un armario, mucha ropa femenina que no recordábamos habérsela visto nunca puesta a la abuela, pero no le dimos mayor importancia, tampoco al hecho de que el abuelo supuestamente ya se había deshecho de todo lo de la abuela, pero por alguna razón debió de querer conservar esas prendas, puesto que nada más hallamos de ella...

El sábado a la noche había quedado todo recogido y ordenado, lo que nos dejaba el domingo libre. Papá me pidió que si por la mañana temprano antes de bajar a la playa me acercaba con él al pequeño granero que tenía el abuelo cerca de la casa, supuestamente estaba vacío, pero quería asegurarse.

A las nueve estábamos en pié y mientras mamá fregaba la loza del desayuno, nos acercamos los dos hasta allí. Como suponíamos allí no había nada, muchos años atrás el abuelo usaba ese espacio para restaurar muebles antiguos, su gran hobby, pero en los últimos tiempos la artritis había dificultado esa labor, así que se había deshecho de todo.

Cuando íbamos a salir, papá descubrió algo extraño en el suelo. Se acercó y me llamó -mira, fíjate aquí la tierra ha sido removida-. Pensamos que el abuelo habría escondido algo allí, su mente últimamente andaba un poco senil y quizás algo que era de valor para él se hallaba allí escondido.

Cogió una pala y comenzó a escarbar, no tardó mucho en que algo se asomase en medio de aquella oscura tierra. Horrorizados después de apartar con las manos el polvo que estaba por encima, vimos una calavera...

El resto se desencadenó rápidamente. Avisamos a la policía y allí mismo descubrieron el resto del cuerpo. Pero no solo eso, continuaron con las labores de rastreo y excavación de todo el granero, llegando a encontrar cuarenta y tres cuerpos más...

Mi dulce abuelo, cariñoso y alegre que me cogía en brazos y me llenaba de besos cuando era pequeña, parecía ser el asesino que tantos años había atemorizado y creado incertidumbre en la población, y con seguridad la abuela se debía de encontrar entre aquellos huesos. Ese ángel al que tanto yo quería no era más que un aliado de la muerte...

Las autopsias realizadas en los días siguientes, confirmaron nuestras sospechas, todos esos restos correspondían a las mujeres desaparecidas en el pueblo incluida mi abuela. Se suponía que ella lo había descubierto y él asustado la había matado ofreciéndole el mismo final que a todas sus víctimas.

El porqué era una incógnita, algo que se llevo él a la tumba, nada hacía suponer que él fuese un psicópata asesino de mujeres, pero tristemente para nosotros lo había sido. Y esto me hizo pensar que mucha gente esconde secretos, en ocasiones importantes, que podrían dar un vuelco a nuestras vidas...





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